sábado, 19 de junio de 2010

I Cicloviaje: Sigüenza-Guadalajara (o el mejor día de mi vida en bicicleta)

Hoy es uno de esos días que probablemente nunca se olviden. Es difícil transmitir la emoción que siento desde la noche de la víspera. Quizá para que se entienda, podéis pensar en lo que sintieron Armstrong y Aldrin en su viaje lunar, desde la misma fecha de carga de queroseno de la nave, el 18 de junio, tres semanas antes del lanzamiento. Creo que una secuencia de la película Noviembre (Achero Mañas 2003) plasma a la perfección esta emoción, justo después que aceptan a Alfredo en la escuela, y el sale montado en su bicicleta por las calles de la ciudad con una emoción incontenible.

Esta aventura, para entenderla bien desde su origen, tiene su semilla, su riego, y su rayito de sol. La semilla es simplemente que me gusta montar en bicicleta, y recorrer distancias con le energía de mis piernas. El agua que riega la semilla son unas alforjas que Irene me regaló hace unos 6-7 años. Y el sol que hace germinar la semilla es una excursión que hice cuando estaba en Vitoria, por tierras del Rioja y el Ebro, muy similar a la de hoy.

Supongo que en todos estos años en los que pensé realizar pequeños "viajes", nunca me hubiera imaginado que algún día podría compartirlo con Irene; creo que ese es un sueño que me ha cogido por sorpresa.


Ayer fue un día emocionante para los dos. Debo reconocer que estaba algo nervioso. Estrenar el portabultos y las alforjas después de 6 años o más...










A diferencia del resto de días de la semana me levanté como un resorte, ya casi estaba todo preparado, sólo teníamos que llenar el depósito y "cambiar los filtros". Las previsiones son optimistas para el tiempo, y la mañana está fresca como una lechuga.















Cogemos la bici hacia Atocha, y la ciudad está amable, húmeda, como recién duchada; ¡si hasta parece que los semáforos sonríen! Llegamos a la estación en 11 minutos, prácticamente los mismo que tardaríamos en coche. Atocha es lo que me quita el sueño, tan grande... Pero aunque no está preparada para el acceso con tándem, nos plantamos en el vagón 9 minutos antes de la salida. Como a mí me gusta decir: "todo va según lo previsto".


Aunque el compartimento para bicicletas no está preparado para tándem, nuestra Otero ya está acomodada con una amiguita que también va a Sigüenza. ¡Pobre, cómo va cargada!

El revisor es ciclista, de ahí su comprensión al vernos subir, y viene a charlar una rato sobre la ruta que vamos a hacer, algunos consejos sobre la misma y el entorno (subidas, pueblos, tráfico...). Es de un pueblo de Soria; por cierto, este tren tiene destino Soria. Es de esos personajes que Cela gustaba encontrar en su viaje por La Alcarria.

Lo bonito de los viajes en bicicleta, o a pié, es que sabes dónde vas a empezar, pero no sabes dónde va a acabar, o qué te vas a encontrar durante el camino.

Después de un par de esfuerzos con ayuda para sacar el tándem del tren, ponemos pié en Sigüenza, en una estación de las de toda la vida, bonita.

Montamos en la bici y a pedalear por Sigüenza, en nuestro nuevo sistema para conocer pueblos y ciudades. En 20 minutos hemos captado el aroma y el tacto de esta histórica villa.




Saliendo hacia nuestra ruta tenemos que parar en la gasolinera a preguntar, fundamentales a la hora de orientar a todo tipo de viajeros. Ya nos damos cuenta que les cuesta soltar palabras por la boca. Y hala, a subir y a bajar por una carretera bien ancha, bien asfaltada, algo transitada. Vamos acompañando el río dulce, que va formando un bonito paisaje con sus hoces y sus barrancos. Está establecido como parque natural, tal y como veremos en el centro de interpretación al que llegamos después de una larguísima bajada; ya les gustaría a las motos que venían subiendo ir tan rápidos como nosotros.

Normalmente, en un viaje normal, cuando nos entran ganas de ir al baño solemos aprovechar la parada para echar gasolina o tomar un café en alguna área de servicio o pueblo. Esta es otra de las peculiaridades de los viajes en bicicleta; entre la curiosidad y la necesidad, descubrimos la riqueza de flora y fauna que habíamos dejado a nuestra izquierda durante 20km, deslumbrántemente representada por maquetas, fotografías y sonidos. Además el chico de información también era ciclista, y nos da una serie de consejos sobre la ruta que nos hizo cambiar los planes. Y además vamos al baño.

La carretera ha cambiado radicalmente, apenas pasan coches, está recién asfaltada para nosotros, y transcurre por el valle del Henares, que va acompañado por un precioso bosque de ribera (olmo, fresno y álamo blanco).


Según las directrices de nuestro informador, abandonamos este valle para coger una carretera que nos llevará a otro a través de una montaña. Está es de las que hace afición, dónde a Chiapucci le gustaba atacar. Cruza un tranquilo pueblo, Castejón del Henares, dónde la máxima preocupación es cuidar de la huerta.


Otra observación importantísima a la hora de viajar en bici, al ver los mapas, es fijarse si las carreteras son muy curvas, o van de un río a otro, significa subida seguro. Esto ya nos lo explicó nuestro informador, además de explicarlo correctamente los chicos de rodadas.

Un par de curvas nos muestran nuestra ascensión, y después de otro par de esfuerzos se descubre una planicie extensa de cereales y encinas. Paradita para comer y beber, y volamos los 10km hasta el balcón del valle del Badiel, cerrado y mágico.







Este río tiene también un privilegiado bosque de ribera, y los pueblos se van sucediendo cada 5km. Subimos las cuestas de Ledanca buscando dónde hacer nuestras necesidades. Curiosamente tenemos que utilizar el servicio del ayuntamiento, taberna y local social a la vez. En lo alto del pueblo está la iglesia y el cementerio. No creo que haya restaurante con estrella Michelín mejor que este, así que decidimos comer aquí, y de paso ir quitándole peso a la bici.

Seguimos llaneando por el valle, en busca de un café que no aparece. Valfermoso de las Monjas tiene un silencio sepulcral, iglesia, fuente y frontón, pero no sirven café. En Galicia habría 2 ó 3 tabernas. Puesto que la carretera termina en este pueblo, volvemos por donde hemos venido. El monasterio de Valfermosos de las Monjas está cerrado a cal y canto, y no encontramos las pastas o dulces que esperábamos encontrar.









No es hasta el siguiente pueblo, Utande, dónde casualmente están en fiestas (esta es una costumbre que nos suele acompañar), en cuyo local social vamos a disfrutar de un café.














Nos despedimos del valle del Badiel por otra carretera que nos subirá para llevarnos hacia Brihuega. Después de unos 4km de subida, recorremos veloces carreteras infinitas entre campos de cereales, y dado que pocos coches se nos cruzan, ocupamos con nuestro ego ciclista el ancho de la carretera.






Brihuega está metida en el valle del río Tajuña, y nos dirigimos directamente a la oficina de turismo, dónde nos atiende una chica muy simpática, a diferencia del resto de la población, y nos provee de folletos y mapas. Recorremos el pueblo en bici, para captar la esencia. Vemos una muralla árabe, una castillo originalmente árabe, una curiosa plaza de toros, una fuente de doce caños...
Tomamos unos refrescos, y compramos una barra de pan.


Cogemos la carretera que acompaña el Río Tajuña, llana y frondosa. Perdida en medio de esta fronde, la casa de los Hare Krishnas, anunciada con gran cartel pero lejana de cualquier público.

Ya pesan los kilómetros, aunque sean rápidos y llanos. Dejamos esta carretera para abordar otra subida que nos tiene que llevar a Guadalajara. Antes nos afanamos unos bocadillos de jamón serrano a orilla del río y reponemos líquido. Esto es fundamental cuando viajas en bicicleta, parar muchas veces e ir con mucha calma, ahorrando esfuerzo.

La conversación es agradable y espontánea durante todo el viaje, incluso en momentos de esfuerzo como en esta subida.

Sin embargo, y a pesar de nuestra convicción, todavía nos queda otra subida. El paisaje, aunque precioso, se vuelve monótono, y la conversación se centra en cuánto nos puede quedar. Se nos está atragantando (llevamos 105km), pero Irene ha captado bien el concepto de los cicloviajes, con lo que vamos parando poco a poco, comiendo, bebiendo... esto hace que se refresquen las piernas.

Aunque sólo quedan 8km para Guadalajara, y los últimos son todo bajada, tenemos que llanear con viento en contra, y el hombre del mazo pasa a nuestro lado. Eso sí, una vez vencido, disfrutar de la velocidad, soltar las piernas y sonreír porque ya hemos llegado a nuestro destino.

Como ya hemos visto muchas iglesias, castillos, murallas, fuentes... nos dirigimos directamente al palacio del Infantado, donde reponemos un poco de fuerzas y asistimos a la sesión de fotos de unos novios.








Solo queda llegar al cercanías, mucho más cómodo para la Otero que el regional, y disfrutar del viaje de vuelta rendidos pero repletos, reponiéndonos con unas almendras y agua.


Al llegar a Madrid, cruzamos el Retiro para llegar a nuestra casa, y preparamos una buena cena de pasta, un helado de capricho que no voy a incluir en los gastos, y Algesal espuma para recuperar las piernas.

Ver las fotos nos despierta la misma emoción que Armstrong y Aldrin al regresar de la luna y contemplarla desde la tierra.

David

DATOS DESCRIPTIVOS
Lo mejor del viaje: Los paisajes, la conversación, el centro de interpretación...¿todo?

Lo peor del viaje: La subida final a Lupiana y sacar el tándem del tren regional.

Cosas que echamos en falta: Chicles, prismáticos y pulpo para amarrar la bici en el tren.

Cosas que sobraron: En realidad nada, aunque no utilizamos una chaqueta y una toalla, que nunca sobran.

DATOS TÉCNICOS

Kilómetros: 130,34
Tiempo de pedaleo: 7:17:22
Velocidad media: 17,8 km/h
Velocidad máxima: 61km/h
Altitud máxima: 1070m
Altitud mínima: 674m
Desnivel positivo: 603m
Desnivel negativo: 989m
Coste total del viaje: 54,63 euros










Ver I Cicloviaje: Sigüenza-Guadalajara en un mapa más grande

3 comentarios:

  1. Genial, la aventura y el relato. ¿Habrá más?

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  2. Emocionante David, precioso e impresionante relato desde el principio al final,soy fan tuyo desde ya, despues de esta aventura se puede decir que Irene te debe querer mucho.

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  3. ¡¡Bravo, bravo, bravo!! Tardé en leerlo pero ha merecido la pena. Llevas un escritor escondido. Lo presentaremos como guía de viajes para los Premios Planeta, que son en diciembre, necesitamos más relatos. Espero con impaciencia el próximo viaje.

    PD: ¡¡Qué bonito siempre que mencionas a Irene!! Es una historia de amor de novela... bks Tatá

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